¿Cuál es la fórmula del éxito de los microorganismos?
La investigación y el desarrollo de nuevos procesos de formulación son la clave para multiplicar los beneficios de los microorganismos seleccionados e incrementar los beneficios de la planta. Gracias a esta innovación, conseguimos que nuestras soluciones biológicas mantengan su viabilidad en el tiempo y la máxima eficacia al entrar en contacto con el cultivo.
¿Qué podemos esperar de un microorganismo? Lo cierto es que detrás de algo tan minúsculo como un hongo o una bacteria se esconden múltiples cualidades capaces de ejercer una influencia total sobre la planta. No en vano, ellos son el principal principio activo de nuestros productos biológicos estrella: PROBITAL y TUSAL y MIKEAS y KATHAR en la gama INNOVABIO.
Pero ¿cuál es la clave para que estos microorganismos rindan al máximo? Sin duda, investigación y desarrollo; una buena estrategia que no solo permita identificar a los mejores y potenciar sus beneficios, sino que consiga, además, mantener su viabilidad en el tiempo. El reto está, pues, en conseguir que una solución basada en seres vivos adquiera la consistencia de un producto industrial con garantías. En otras palabras, que se me mantenga inalterable durante el tiempo de almacenaje -un año de media- desafiando la tendencia natural de los microorganismos a multiplicarse o crecer. ¿Y cómo lo logramos? La respuesta está clara: mediante la formulación. Un proceso destinado a mejorar al máximo el funcionamiento de los microorganismos en campo.
Gracias a este proceso, conseguimos que las bacterias u hongos seleccionados se mantengan en estado ‘viable-no cultivable’, es decir, que ‘aguanten’ hasta el momento de entrar en contacto con la planta, que es cuando toca crecer, desarrollarse y desplegar todas sus propiedades.
Las tres fases de la formulación
El primer paso en el proceso de formulación de los microorganismos consiste en definir qué tipo de producto interesa crear: sólido o líquido; cómo se aplicará en la planta -vía foliar o a través de las raíces- y cuál va a ser su función principal en la planta. Según estos parámetros, la formulación tendrá diferentes requerimientos.
En segundo lugar, es necesario identificar qué métodos utilizaremos para incrementar el funcionamiento de ese microorganismo. Normalmente, se añaden una especificidad o moléculas que mejoran el efecto del microorganismo sobre el cultivo deseado.
En tercer lugar, hay que estudiar cuánto tiempo de viabilidad se requiere en ese producto y cómo mejorarla.
A su vez, el tipo de microorganismos que utilicemos nos condicionará a la hora de fabricar las moléculas destinadas a mejorar su resistencia. No es lo mismo contar con bacterias Gram positivas -más resistentes por naturaleza-, o con las llamadas bacterias Gram negativas, más vulnerables, pero con un alto potencial para mejorar el crecimiento de la planta.
Múltiples estrategias
La solución más recurrente en el proceso de formulación es crear un producto en un sustrato sólido, más estable que un sustrato líquido, ya que éste suele reunir las condiciones óptimas para el crecimiento de los microorganismos. Ahora bien, ¿qué ocurre cuando necesitamos que nuestro producto sea líquido? En este caso se plantean diversas alternativas para evitar que los microorganismos evolucionen en este medio, y todas ellas pasan por alterar su metabolismo.
Este proceso puede consistir en reducirles el PH, bajarles la temperatura o retirarles la disponibilidad de agua, por medio de sustancias como las sales o azúcares. Se trata, en definitiva, de procurar que los microorganismos ‘no estén cómodos’ durante el tiempo de almacenaje del producto. La complejidad reside en aplicar la intensidad precisa para que se inhiba el crecimiento de estos seres, pero sin dejar que mueran ni pierdan sus propiedades. Así, cuando sea preciso, actuarán como está previsto. Ahí reside, sin duda la pericia de los científicos de TIMAC AGRO.
La selección previa, el origen de todo
Antes de comenzar con la formulación, es importante la selección de los microorganismos que mejor se ajustan a los intereses fijados.
Todo comienza con la búsqueda de los microorganismos más eficaces, en aquellos lugares donde hay constancia de que las plantas muestran un gran desarrollo. A continuación, se aíslan del terreno o de la planta, asegurándonos de que cada uno es diferente a otro, y se categorizan de forma independiente. Después, una vez que cada organismo está aislado en el laboratorio, llegarán las preguntas que nos
descubrirán sus “poderes”. En el caso de TIMAC AGRO, intentaremos hallar la relación de los microorganismos con la nutrición de la planta, respondiendo a las preguntas: ¿cuál es la relación de la bacteria u hongo seleccionados con el nitrógeno, con el potasio, con el fósforo, con el hierro… en definitiva, con todos los nutrientes?
La siguiente fase es comprobar cómo se comportan los microorganismos en respuesta a estas cuestiones, en condiciones controladas en el campo o en invernadero, con la idea de mejorar al máximo sus propiedades. Después, se verifica su reacción al aplicarse en la planta. En este sentido, un problema habitual al que se enfrentan los microorganismos seleccionados en el laboratorio es el contacto con otros microorganismos que ya convivían en la planta y que están, sin duda, más implementados en ella. De ahí la importancia de la formulación. Cuanto mejor sea, más protegido estará el microorganismo presente en nuestro producto para desenvolverse en un terreno que puede resultar hostil.
Una posible defensa para estos microorganismos es la encapsulación, que aísla la bacteria de agentes dañinos. Los consorcios, presentes en todas nuestras soluciones biológicas, también son un ‘arma’ eficaz, ya que permiten que microorganismos con funciones distintas se complementen y den respuesta a diferentes necesidades, generando un beneficio integral. Todo ello, tras haber realizado una exhaustiva investigación que garantice su compatibilidad.
Otro ejemplo: si la idea es que un producto pueda utilizarse en todo tipo de suelos, con diferentes PH, se pueden combinar microorganismos de diversa naturaleza, que cubran todo el espectro ácido-básico de los suelos agrícolas.
Máxima eficiencia
La ventaja de un microorganismo es que desde el momento en que se aplica en la planta, puede establecerse en ella y provocar un beneficio continuado y duradero en el tiempo sin generar pérdidas o, lo que es lo mismo, siendo 100% eficiente.
Dependiendo de la función para la que esté formulado, el beneficio será más o menos inmediato… pero, sin duda, se hará patente cuando éste sea más necesario. Por ejemplo, si la bacteria en cuestión está programada para mitigar el estrés hídrico de la planta en un momento de sequía, sus efectos no aparecerán hasta que se den esas condiciones de exceso de temperatura y escasez de agua. En el momento en que esta situación se produzca, se desencadenará una adaptación en la planta. De este modo, la siguiente vez que esto suceda ésta reaccionará mejor que aquella que no ha estado en contacto con el microorganismo aportado.
Se trata, en definitiva, de aplicar la innovación para aprovechar y mejorar los recursos que nos ofrece la naturaleza en beneficio de la planta. De nuevo, innovación + sostenibilidad vuelven a ser la clave.