Radiografía del olivo en su Día Mundial
Resistente y longevo, venerado por todas las culturas y religiones. Así es el olivo, ese árbol tan nuestro que recientemente celebró su Día Mundial, el pasado 26 de noviembre. Y ciertamente hay mucho que celebrar porque hoy día contamos en España con nada más y nada menos que 2,7 millones de hectáreas de olivar, de las cuales 1,9 millones (el 70%) son de secano y 852.229 (el 30%), de regadío.
Andalucía, que concentra el 60% de la extensión, sigue siendo la reina de este cultivo, mientras que Castilla La Mancha registra el 16% y, Extremadura, el 10%.
¿Y qué decir de su más valioso tesoro: las aceitunas? De las producidas en esas 2,7 millones de ha, el 90% es almazara, es decir, destinada a hacer aceite; 120.319 de doble aptitud y, 76.771, de mesa.
A lo largo de los últimos 15 años, la superficie de olivar en nuestro país ha ido aumentando, especialmente con la introducción del cultivo superintensivo en regadío. Sin duda, esta nueva modalidad ha revolucionado el tradicional cultivo del olivo. De hecho, mientras que las extensiones de secano se han mantenido, las de regadío se han duplicado.
Pero, ¿cuáles son las claves de este nuevo sistema? Los árboles se disponen en forma de hilera, formando una especie de seto, hasta llegar a concentrar unos 2.000 por hectárea. Esta disposición condiciona factores como el sombreamiento, la aireación, el reparto de agua… pero permite introducir una cabalgadora para llevar a cabo la recolección.
Hoy día, conviven en armonía las tres modalidades: el cultivo más tradicional en extensivo, el intensivo y el superintensivo.
En cuanto a las variedades, predominan la picual y la hojiblanca, propias de Andalucía. Dentro del cultivo en superintesivo, la arbequina es la más utilizada.
TENAZ Y AGRADECIDO
Si hay un árbol que otorga un buen rendimiento, ese es el olivo. A partir de los 4 o 5 años de edad empieza a ser productivo, y entre los 10 y los 15 ya se encuentra en pleno apogeo. Los nuevos sistemas de cultivo, intensivo y superintensivo, también han permitido adelantar la entrada en producción, que podría comenzar a partir del segundo año en la mayoría de los casos. La buena noticia es que… ¡el olivo puede vivir hasta 2.000 años! Y precisamente España acoge el ejemplar más antiguo del mundo, situado en Uldecona, Tarragona, con 1.700 años.
Como buen leñoso, resiste muy bien las condiciones adversas, especialmente la sequía, como ya indican sus hojas en forma de punta. Además, no necesita mucha agua para subsistir. Sus mayores aliados son el aire y la luz.
CLAVES PARA EL CULTIVO
Antes de lanzarse al cultivo del olivo, es clave la elección del terreno, que deberá contar con unos componentes físico químicos idóneos. Por tanto, habrá que evitar las zonas bajas, tendentes a encharcarse, ya que hablamos de un ejemplar sensible a la humedad. Las características propias de la variedad que escojamos determinarán, también, la evolución del olivo y de su aceite.
Asimismo, es fundamental contar con un plan de fertilización completo para responder a las necesidades nutricionales del árbol y conseguir que este alcance su máxima producción potencial. Para ello, debemos determinar, en primer lugar, el tipo de cultivo ante el que nos encontramos: tradicional o superintensivo; secano o regadío. En función de ello, valoraremos qué tipos de productos nos conviene más utilizar entre la gama de sólidos, líquidos e hidrosolubles.
Después, hay que atender a las necesidades de nitrógeno, fósforo y potasio del olivo, teniendo en cuenta que el potasio es el componente más importante para garantizar la mejor producción y calidad de la aceituna.
Una vez finalizada la recolección, debemos llevar a cabo una poda óptima, la práctica que determina en gran medida el rendimiento del árbol. Lo cierto es que la poda es muy singular y tiene muchas variantes; la clave es compensar la proporción hoja-madera, ya que un exceso de madera dificultaría la producción. De este modo, aprovechamos para rejuvenecer el árbol, que es perenne.
Por su parte, en el cultivo superintensivo hay que prestar especial atención a la aireación, para evitar que los árboles formen una maraña y se conviertan en foco de enfermedades. La más temida es el verticillium, un hongo de suelo, aunque también hay que prestar atención a patógenos como el repilo o la xylella, una bacteria que, afortunadamente, tiene una presencia residual en España.