Cambio climático en la agricultura II: estrategias de manejo esenciales para ser más eficientes
El abono localizado y la dosificación variable son algunas de las técnicas de manejo del cultivo que permiten anticiparnos a la climatología adversa y ser más sostenibles. ¿El secreto? Una combinación de estrategias, tutelada siempre por la tecnología.
Conseguir que cada kilo de semilla, tonelada de fertilizante o cada metro cúbico de agua rinda el máximo y de una forma eficiente es uno de los principales retos de la agricultura del siglo XXI. ¿Cómo lograrlo? La combinación de fertilizantes eficientes y la apuesta por nuevas variedades de semillas, que ya se abordó en la última publicación de este blog, debe ir acompañada de una estrategia de aplicación adecuada que conviene analizar en profundidad.
Bien lo sabe Ramón Acín, agricultor, Ingeniero técnico forestal y gerente de la empresa especializada en la agricultura de precisión, Agrarium. Con 340 hectáreas de cultivo en extensivo tecnificados en la zona en Aragón, principalmente de maíz, pero también de cebada, forraje, guisantes o soja, Acín ha vivido en sus propias carnes los estragos del cambio climático. “Lo más reseñable y que más está afectando en los últimos años son la falta de agua y las temperaturas extremas”, asegura. Debido a ello, ha detectado en sus cultivos un estrés “más acuciante” o “plagas inesperadas”, como la de araña roja, que atacó a su maíz en fase de llenado debido a las noches tropicales durante los pasados meses de julio y agosto, detalla.
En este sentido, la teledetección, unida a otras herramientas, puede ser una aliada, dice. “Nos ayuda a detectar que existe un problema, aunque a veces no sabemos cuál es. Por ejemplo, el uso de esta tecnología, complementada con otros datos como humedad relativa o temperatura, nos permitiría detectar los síntomas de la araña roja que he mencionado”, argumenta.
Lo que sí es cierto es que no hay una solución única: “La clave está en combinar diferentes herramientas dependiendo de las necesidades del cultivo en cada momento. Eso sí, el primer paso es conocer el suelo y, después, hacer un seguimiento exhaustivo, recopilando información clave que nos permita tomar decisiones y que nos asegure la rentabilidad”, asegura Acín.
La estrategia ganadora
Para poder enfrentar mejor estas condiciones adversas, el experto apuesta por la rotación de cultivos, con una media de tres cultivos cada dos años, siendo el maíz la plantación principal.
Pero, sin duda, uno de los pasos más importantes es hacer un buen análisis o mapa de suelo, indica. Para ello utiliza un sensor que registra la conductividad eléctrica aparente del suelo de una forma georreferenciada. “Cuanto más salino es, más transmite la electricidad, lo cual indica que tiene mucha más capacidad de retención de nutrientes y en algunos casos también de sales”, argumenta. A partir de ahí, podremos “aplicar una estrategia de nutrición equilibrada, abordar la sanidad del terreno, aportar un volumen suficiente de materia orgánica, conseguir la estructura del suelo…”, detalla el experto.
Después, llega el momento de combinar estratégicamente las técnicas de manejo más adecuadas para obtener el máximo rendimiento del cultivo:
· Abono localizado: Esta técnica, por la cual el abono se sitúa en la misma línea de siembra justo en el momento de depositar la semilla, “permite un ahorro significativo en unidades fertilizantes”, tal y como ha podido comprobar Acín. “Lo hemos visto en el uso del fertilizante nitrogenado, por ejemplo. El año pasado, aplicando 70 unidades en 18 hectáreas de cebada, obtuvimos más de 10 toneladas por hectárea. Eso indica que no hay que aplicar más, hay que hacerlo mejor”, señala.
· Dosificación variable: A partir de esta tecnología, la parcela se divide en diferentes zonas según las diversas necesidades de insumos, permitiendo un manejo específico en cada una. “Normalmente las más arcillosas tienen más cantidad de nutrientes y, las más arenosas, menos”, indica. Esta división resulta muy interesante porque “nos permite evaluar la cantidad de nutrientes que requiere cada zona de manera individualizada, lo cual determina la aplicación del fertilizante. De nuevo, somos más eficientes, ahorramos en unidades fertilizantes y, en consecuencia, reducimos las emisiones”, recalca Acín.
Según indica, este sistema es muy útil sobre todo en la fertilización de cobertera. A diferencia de la fertilización PK, donde las pérdidas por lixiviación son mucho menores, con la nitrogenada ocurre todo lo contrario: el nitrógeno se lixivia o se volatiliza fácilmente, por lo que su disponibilidad se ve seriamente comprometida. El objetivo es que el nitrógeno esté disponible cuando la planta lo necesite, por lo que su déficit o exceso perjudica la rentabilidad de la explotación. La falta de nitrógeno disponible está directamente relacionada con una bajada de productividad, pero también es perjudicial si está disponible en exceso, ya que supone un sobrecoste y el cultivo se ve más expuesto a plagas y enfermedades por acumulación de nitrógeno en forma de nitratos en sus tejidos. Además, cada año varía la cantidad que es necesario aplicar en función del potencial productivo que se espera obtener, y que está determinado por el potencial genético, la sanidad del cultivo, las condiciones agroclimáticas y la calidad del fertilizante elegido. “Si me quedo por debajo, pierdo kilos de producción; si me quedo por encima, no resulta rentable… y aumenta el impacto en el medio ambiente”.
En este sentido, la tecnología que incorpora el fertilizante resulta determinante. “Se puede hacer maíz con muchas menos unidades de nitrógeno si el producto es eficiente”, afirma Acín. Y por eso apuesta por fertilizantes de primera línea, que “se ajustan mejor a las exigencias de sostenibilidad y siempre han dado mejores resultados que los convencionales”, asegura. En concreto, destaca que el uso de fertilizantes basados en inhibidores “influye muchísimo en la productividad”. Y agrega que un buen fertilizante de fondo es especialmente eficaz “cuando las parcelas presentan problemas de salinidad o de bloqueo de nutrientes”, asegura. “En estos casos es más rentable y eficiente que un banal, que puede costar incluso un 30% menos, pero que después tiene poca eficiencia”. Asimismo, remarca que “los bioestimulantes funcionan muy bien en circunstancias complicadas, ya que mejoran sensiblemente la sanidad del cultivo”.
· Riego: las metodologías basadas en la teledetección y los mapas son claves en el riego. “Nos permiten conocer mejor las superficies de riego y calcular los consumos de agua de una forma sencilla, rápida, continuada y exhaustiva”, remarca Acín. Del mismo modo, “podemos hacer previsiones de cuándo y cómo vamos a regar, además de calcular el valor de cada sector de riego. Gracias a la sonda de humedad, por ejemplo, detectamos los encharcamientos y también las zonas que requieren agua”, indica. Asimismo, señala que la teledetección permite saber cuál es la máxima transpiración con sol y aire, y controlar así la eficiencia del riego, “para asegurarnos de que no se va a escapar el agua en un golpe de calor”, agrega.
· Siembra directa: “Una buena siembra en un suelo bien estructurado es esencial”, expresa Ramón Acín. Agricultores e ingenieros cada vez emplean más esta técnica que no causa ninguna perturbación al suelo, y que deja como mínimo un 30 % de residuos de la cosecha anterior. “Recurrimos a la siembra directa encima del rastrojo anterior porque la gestión del carbono es más eficiente, impidiendo que llegue a la atmósfera. Así, además, evitamos la compactación y generamos más materia orgánica”, concluye.
En definitiva, las nuevas tecnologías, que nos aportan información clave para tomar decisiones estratégicas sobre el manejo del cultivo, incluyendo la aplicación del fertilizante, son fundamentales a la hora de enfrentarnos al cambio climático y contribuir a frenarlo. Lo que queda claro es que necesitamos una estrategia integral, que atienda a todos los aspectos que ‘están en nuestra mano’: el uso de fertilizantes eficientes de nueva generación, la apuesta por nuevas variedades más resistentes, la utilización de sistemas de riego automatizado e inteligente y estrategias de manejo concretas, como el abono localizado, la dosificación variable o la siembra directa.